Moira Moira

#Opinión | El gas de la verdad

Columna Invitada

Es un laberinto la interrogante sobre qué implica ser mujer, hallar una respuesta es como buscar en un hilo enredado. Desde el momento en que se nace, se es arrojada al mundo con la etiqueta de pertenecer a una comunidad marcada por la discriminación y la violencia, una carga que se normaliza y se acepta, como si fuera un destino ineludible.

Recientemente, un amigo me felicitó por las fotografías que capturé durante la marcha del 8 de marzo en Toluca, el elogio fue bienvenido pero el recuerdo de ese día me es agridulce. Un profesor, en cierta ocasión, nos advirtió en clase sobre los peligros que enfrentaría quien se aventurara en el fotoperiodismo. Esos comentarios, os aseguro, no deben tomarse a la ligera, como lamentablemente comprobé en ese día. Aunque no era la primera vez que participaba en una marcha con mi cámara en mano, aquella vez el miedo se instaló por primera vez en mi ser.

El peligro acechaba desde que llegamos al Palacio de Gobierno, custodiado por seis vallas y tres filas de policías. La primera fila, únicamente compuesta por mujeres, protegía a las dos filas de hombres con cascos y escudos antimotines. Mientras un colectivo con una combi equipada con un altavoz dirigía a las mujeres hacia la Plaza de los Mártires, aquellas del bloque negro arrojaban pintura al edificio gubernamental, gritando las injusticias que han padecido en manos de aquellos encargados de protegerlas.

El caos se desencadenó con una rapidez. Mientras intentaba capturar con mi lente la realidad que se desplegaba ante mí, presencié como un policía, desde una torre del palacio, lanzaba un humo amarillo hacia las mujeres cercanas. El pánico se apoderó de las presentes, los gritos se multiplicaron, y la desorientación se convirtió en la única certeza. Una joven, con voz alterada, me indico cerrar los ojos y cubrirme boca y nariz, una recomendación que seguí con temor palpable. Pero ni siquiera así pude evitar inhalar el tóxico humo que se introdujo en mis pulmones, el dolor se apoderó de mi cuerpo, y el pánico se apoderó de mi alma.

Al abrir los ojos, me encontré con un panorama desolador: niñas llorando, mujeres tosiendo y policías femeninas, formando una cadena humana para proteger a sus colegas, con los ojos enrojecidos y lágrimas silenciosas en sus rostros. A su alrededor, compañeras de la marcha se apresuraban a limpiarles el rostro con trapos húmedos, un gesto de solidaridad que contrastaba con la violencia desatada.

La furia y la impotencia se apoderaron en mi pecho cuando presencié como las vallas caían bajo el ímpetu de las mujeres, solo para ser recibidas con más gas lacrimógeno por parte de las fuerzas del orden. Fotografiar se volvió imposible pues luchaba por respirar. El colectivo en la combi insistía desesperadamente a las mujeres en alejarse de la violencia policial, mientras los estruendos de petardos resonaban a nuestro alrededor.

En un refugio momentáneo, la angustia se apoderaba de cada rincón. Vi como jalaban a compañeras del bloque negro, como el miedo se reflejaba en los ojos de niñas y ancianas por igual. Aquel día, muchas compartieron por primera vez las atrocidades vividas, solo para ser violentadas nuevamente por el gobierno.

Bajo el mandato de Delfina Gómez, del partido Morena, esta fue mi sexta marcha en Toluca, pero esta vez fue diferente, nunca había sido testigo de tanta represión. No busco idealizar gobiernos pasados, pero tampoco puedo ignorar la brutalidad ejercida por la administración actual. A pesar de la presencia de la prensa, el silencio envolvió lo sucedido los días siguientes lo cual fue decepcionante. Esta dolorosa experiencia solo refuerza una verdad amarga, el hecho de que una mujer este en el poder no garantiza la empatía ni el bienestar de otras mujeres.